Quilmes ganó en el final y quedó a un punto de la cima
- Nahuel Hidalgo
- 27 mar
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Por Nahuel Hidalgo
En la vida hay días que exigen épica. No alcanzan con los esquemas tácticos ni con el manual de las probabilidades. Son jornadas que piden garra, piden empuje, piden fe. Y ahí estábamos, en el Centenario, con la esperanza intacta y un acompañante inesperado: Arafat, mi perro, mi compañero, mi familia. Porque en Quilmes, la familia siempre tiene su lugar.

vIno conmigo a la cancha. Se acomodó a mi lado, olfateó a ciento de hinchas y levantó las orejas cuando la pelota empezó a rodar. Partido chato, de esos en los que el reloj avanza con desgano. Quilmes tenía la chance de subirse al tren de los líderes, pero le costaba. Colegiales, con la soga al cuello, tampoco hacía demasiado por cortarnos el aire.
Y entonces, el destino metió la cola. Bahiano García, en un arrebato de furia, pegó una patada que más que roja era una declaración de guerra. Quilmes, con un hombre de más, empezó a arrimarse al área. Pero el gol no llegaba, el tiempo se evaporaba y la impaciencia hacía temblar las tribunas.
Arafat, que ya había aprendido el ritmo del partido, ladró fuerte en el minuto 86. Fue un presagio. Porque un minuto después, Bindella se escapó por izquierda, Di Fulvio dio un rebote de esos que no se perdonan y Camilo Machado, con el alma en el botín, la mandó a guardar. Estalló el Centenario. Rugió el pueblo cervecero. Y Arafat, emocionado, saltó a mis brazos como si él también hubiera empujado la pelota a la red.

Quilmes ganó a lo Quilmes: sufriendo, peleando hasta el último segundo, con la garra de un equipo que sabe lo que quiere. Ahora estamos ahí, a un paso de la cima, con el sueño más vivo que nunca.
Y Arafat lo sabe. Porque el fútbol, como la vida, se trata de familia. Y en esta familia, mi perro también es parte del aguante cervecero.
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